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PARPADEOS

EL PORQUE DE MIS CALLES

EL PORQUE DE MIS CALLES

Con once años terminaba muy tarde las clases de solfeo en Opera, el único conservatorio de Madrid. El Metro me dejaba en el Puente de Vallecas y aunque mi madre me había dado las tres cincuenta pesetas que costaba el autobús hasta mi casa, en el barrio de Entrevías, yo prefería ir caminando.En invierno las calles estaban solitarias y se escuchaban mis pasos durante todo el recorrido que desde la calle Melquíades Biencinto, paralela a la vía del tren, hasta la Avenida de San Diego, algo más transitada. Tenia que atravesar un túnel, mal iluminado, bajo las vías, para llegar a mi calle, Sierra Contraviesa. Durante el paseo me distraía con las luces de las ventanas, con los olores que surgían de las cocinas y con la sensación de frío que se colaba por los bordes de mi capucha. El paseo podía durar unos veinte minutos, tiempo suficiente para las cosas que se iban sucediendo, provocaran mi imaginación hilando historias acerca de las personas que salían a tirar la basura, paseaban a su perro, regresaban a casa tras tomar unos vinos en único bar que aún estaba abierto, o me regalaban un fragmento de su cotidianeidad, ignorantes de que un niño había detenido los ojos en su ventana. Esos paseos me hicieron amar los barrios, crearme una imagen de la vida de sus gentes y me convirtieron en observador. Supongo que por eso en mis películas, esas hileras irregulares, construidas con materiales baratos en los que el tiempo y el uso dejan rápidamente su huella, esas pequeñas casas en las que la vida se ve obligada a desbordarse, son el escenario principal. Calles en las que puede pasar de todo porque están diseñadas para eso, en las que suenan voces en los porteros automáticos preguntando por alguien que ya no está,  en las que las parejas abrazadas buscan la sombra de la mirada del padre que vigila en el balcón, calles en las que los borrachos gritan sus obsesiones y sobre las que las mujeres cuelgan con cariño, la ropa de sus hijos… Barrios que en Buenos Aires se puede llamar La Boca, en A Coruña El Temple, en Sagunto El Puerto, o en Barcelona El Raval. Lugares habitados por las mismas personas que cuando empezaba mi adolescencia, me regalaban un fragmento de su cotidianidad tras las ventanas y que hoy se cuelan por el objetivo de mi cámara.

1 comentario

Salud -

....al rondar los dieciocho, a unos metros del instituto, nos colábamos en una casa abandonada en la calle Rubén Darío. El recinto tenía un jardín abandonado y estancias vacías; era un tiempo anónimo, liviano, por cómo se escurría por nuestras vidas.
En ocasiones, mimo callejero, te seguía por el metro y sus vagones en una actuación que provocaba a los viajeros...y a nosotros mismos.