SOMOS MUCHO MÁS QUE DOS
Habíamos cruzado el río de la Plata para pasar unos días en Montevideo con nuestro amigo Felipe.
Tras una pintoresca comida en uno de los restaurantes del Mercado del Puerto, nos sentamos en las terrazas de la calle del Bacacay para seguir la charla, mientras tomábamos café.
Algo empezó ha ocurrir al comienzo de la calle, porque la gente se levantaba de las sillas y se ponía ha aplaudir.
Fuera lo que fuera lo que estaba ocurriendo se movía, y ya era toda la calle la que estaba en pie. La calidez de los aplausos recordaba el final de un concierto de Pablo Milanés.
La curiosidad nos llevo a levantarnos para poder observar el motivo de aquella espontánea reacción popular.
Un pequeño coche amarillo avanzaba con dificultades por la calle estrecha.
En su interior, sentado en el asiento trasero y mirando directamente a los ojos de la gente que le agradecía que pasara por allí, o tal vez que hubiera escrito las cosas que pensaba, o quizás simplemente que hubiera vivido con coherencia; en el asiento trasero digo, había un hombre pequeño y mayor, con una sonrisa humilde y cómplice, era Mario Benedetti... Yo también me puse a aplaudir.
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